viernes, 10 de junio de 2011

Mujeres sin ganas de brasas












(fotografía vieja, viejisima: casi verano)





Una mesa, cinco sillas: arman la escena. Una mujer pelilarga se levanta, toma un fuego y enciende. La otra, mira, comparte, le copia. Fuman. Relatan. Quizás tengan más historias para contar que el verano pasado. Testosterona, las envuelve, parece que los humanos marchan bien en la tarea de amar.
Sueltan algunas complicidades. Y todo sigue en orden. Su idea de cena cambió. Es todo culpa de la cerveza. Siempre comerán carne ( hasta el momento ninguna ha decidido ser vegetariana ). El punto es, cómo cocinarán la carne.
Alguna toma la delantera. Y decide por todas. En días así, eso está muy bien.
Yo sigo mirándolas. Ya me tocó la escena donde conté sucesos de diez o un poco más días mientras la vida me trajo nuevas fotografías. Y algún nuevo comienzo, alguna nueva escena de vida.
Charlar, siempre con la cerveza. Reír, siempre con los dientes. Soñar, siempre con los ojos. Conocer, siempre con el cuerpo. Delirar, siempre con las manos. Renovar, siempre con el alma. Comer, siempre con el paladar. Suspirar, siempre con sus ojos.
Así, el tiempo las recorre. Ventilan emociones y nacen nuevas creaturas. Resucitan a sus venas incorporando una sangre nueva, una sangre que viene a quedarse por un tiempo devorando su sistema circulatorio.
Si todo fuese amarillo, ellas dirían que es culpa del sol. Yo prefiero creer que la culpa es de la noche, de la luna y de su llena sombra.
Quizás la escena perdura unas cuatro horas, para seguir al otro día. Yo elijo perderme. Susurrarles que siempre me escapo. Vuelvo. Y me relamo en sus historias. Las rio y las prefiero. Pero las que vivo, hoy, vivohoy, vivo, las prefiero más. Ahora, entiendo sus escenas, puedo no razonarlas, puedo sentirlas con otra emoción nueva. Puedo.
Me gusta la nueva escena, me gusta la ausencia del fuego esta noche. Eso. Si me decís que la brasa grita y escuchando su grito haré un buen fuego, qué más quiero yo que tus hormonas lo regalen, lo griten y no se jacten de que las mujeres no buscamos a las brasas.
Nos encuentran, a mitad de noche, con un cielo amarillo, gritando y cortando el fuego por todas sus extremidades.

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