Federica y la caja de tizas respiran un poco de aire puro que el día les regalaba. Juntas se revuelcan por los papeles y Federica no comprende cómo las tizas pueden entender lo que ella siente, le cuesta acostumbrarse a la idea de que ellas pueden crear todo lo que pasa por su mente, es decir ¿cómo la escuchan?
Fede se pasó varios momentos del día planeando cómo descubrir a las tizas. Ideó un plan para observarlas cuando ellas estuvieran tiradas al sol ó cuando fueran a clase de clasificación de texturas ó cuando se sentasen a tomar un té de peperina.
Un día, pudo escuchar lo que las tizas susurraban, y se lamentó por no tener un grabador. Se quedó asombrada y un tanto asustada por las reacciones y conversaciones que ellas tenían. Hablaban de situaciones históricas y se volvían locas y revolucionarias cuando se tocaba el tema del Mayo Francés y el eterno “prohibido prohibir”. Después se colgaron hablando de lo parecida que Federica era a la actriz de Amelie con ese pelo tan corto y sugestivo, y esa ropa de todos los colores posibles. Qué loco, por primera vez escuchaba a alguien hablar de sí misma. Criticaban la música balcánica loca que escuchaba su vecina, pero más se reían de los gritos gitanos que esta chica solía entonar a las 4 a.m. Ja.
Así, Fede cada día se volvía más loca con las historias que las tizas le contaban en sueños.. Conoció un personaje mitológico que la reveló y le enseñó a tocarse la nariz con la lengua. Se hizo amiga de Pipi la chica de ojos anaranjados. Anduvo en bicicleta con el E.T. y le confesó su mayor secreto: su vida.
Todos estos ensueños la llevaban hacia irrealidades desconocidas que la atraían justamente porque era todo nuevo, raro y filosófico para ella. Federica imaginaba eternamente su vida cargada de todas estas emociones felices, no querría abandonar este sentimiento de placer jamás.
Un día, decidió confesarle a su amigo Gerva todas estas historias de las que estaba siendo partícipe. Se fueron a comer manzanas con pororó frente al lago, y así ella comenzó su relato. Su amigo creyó que su amiga se estaba volviendo loca, pero había algo en esta locura de Fede que le atraía y lo hacía querer ser parte de ella.
Ella le habló de cada detalle mientras caminaban por ese rosedal que alguna vez la vio andando en bici de niña, cargada de globos que su padre le habría comprado. Se sintió tan libre relatando todos los sucesos que estaban traspasando sus días, que estalló y no le quedó más remedio que invitar a su amigo a vivir de estas secuencias.
Al otro día, mientras la mamá de Fede seleccionaba los broches por color, llegó Gerva. Resulta que Fede estaba en clase, y Gerva tuvo que esperarla. En realidad tuvo que sentirse un poco incómodo ya que deseaba que su amiga llegase lo más rápido posible y no charlar con su madre de las últimas novedades que andaban circundando por las calles como el embarazo de esa chica tan jovencita de tan buena y módica familia: ¿qué le habrá pasado por la cabeza para hacer algo así a la hija del mejor ingeniero civil de la ciudad? Ja. Definitivamente la madre de Fede tenía la capacidad de incomodar a la gente por sus explosiones de sinceridad y necesidad de hablar cosas sin sentido.
Pasada una horita, Fede regresó. Traía consigo unas ramas que había rescatado en el camino, ella estaba convencida que con esas ramas podría alcanzar más rápido aquella nube con forma de tortuga.
Saludó con un gran abrazo a su amigo que no paraba de mirarla mientras ella se desligaba de todos los bolsos, abrigos y risas que traía consigo.
Desmenuzaron su futuro plan, y se dirigieron hacia la habitación creativa de su casa. Allí, el papá de Fede experimentaba con un objeto típico donde viven los peces, dícese pecera, en la cual, en vez de meter peces, tiraba todos los elementos tecnológicos de ultra modernidad que se rompían a diario en el pueblo. Él quería conocer cuánto eran capaces de resistir estos objetos a un espacio tan sutil como lo es el agua, si tanta tecnología debía tener un significado, una razón de ser.
Se colocaron debajo del sofá, y las tizas, presas de sus ojos, comenzaron sus dilemas diarios. Parece que rosa estaba deprimida porque azul no quiso acompañarla a la sesión de masajes descontracturantes creados por verde que blanco le había propuesto experimentar.
Gerva no podía expresar con sus ojos en palabras todo lo que estaba viendo. Su amiga no estaba tan loca, y él sabía que a partir de ahora ese era su nexo y su interés, sus utopías mezcladas en una caja de tizas coloridas que le regalaban las mayores anécdotas que jamás había escuchado. Se relamía su alma en gritos salvajes felizmente interactuados al escuchar lo efímera que la vida de las tizas era.
Ambos se hicieron adictos a estos encuentros y diseñaron sus días para poder escucharlas el mayor tiempo posible. Así sus mentes se agilizaban y podían escribir, sentir, gritar cada vez más armonías.
Comenzaron a escribir cada uno de estos sentimientos y se flagelaban ficticiamente cargados de emociones que necesitaban plasmar en papeles. Estaban desquiciados por todas estas historias y no podían resolver cómo la vida podía regalarles a ellos momentos tan simples pero bellos cada día.
Fabricaron una máquina experimental para albergar historias de tizas que recorrería cada rincón del mundo que ellos tuvieran la suerte de conocer. Inventaron un sistema de clasificación según el color de cada tiza y según el estado anímico progresivo que presentasen con el correr del tiempo.
Se limitaron sus vidas a una caja de tizas.
Tan explosivo fue, que compraron tantas cajas de tizas como historias querían sentir. La revolución de color había llegado a casa de Fede para quedarse algunos años más. Color, tonos y degrades inundaron el espacio para relatar historias en todos los idiomas posibles.
Claro que habían días y momentos en que las tizas generaban huelga y no contaban ni media historieta. Entonces, ellos comenzaban a bailar música celta en el medio de la habitación para invocarlas y movilizarles el espíritu.
Amaban cada momento que estas mezclas de texturas les regalaban y sin darse cuenta se pasaban la vida sintiendo esto. Solo ellos podían absorber todo lo que las tizas querían explicarles con sus vivencias. Sólo ellos podían ser partícipes de la historia más divertida que atravesaría sus vidas.
Sus vidas seguirían siendo tan típicas para los demás que eso los divertía más. Su secreto, su complicidad los transportaba a un ritmo inexplicable que los unía y encadenaba en un ser mutado con texturas de colores primarios.
Hubo entonces, una sequía en el alma de Fede. Creyó un día que las tizas ya no la divertían y no encontraba la forma de explicarle esto a su amigo. Se juntaban y relataban, flasheaban y deliraban con las memorias de las tizas, pero ella ya no se sentía tan atraída.
Cómo le explicaba esto a él.
Él, por otro lado, se moría de ganas de hacer algo que no podía contarle a ella.
Ambos estaban incómodos, desconcertados, pero juntos. Insólitamente, juntos.
Llegó un capítulo de sus vidas que no pudieron evitar contar (lo secretearon con las tizas, cada uno por separado, unos minutos anteriores al hecho revelador).
Fede volvía de casa de María, pasó por lo de Gerva para ir a su casa juntos, pero él no estaba. Simplemente era una rutina encantadora pasar por lo de su amigo, y buscarlo para enloquecer con el hecho de que sus pupilas sintieran colores.
Llegó a su casa, y estaba todo en paz. Nadie estaba allí. Sintió un poco de miedo, el silencio le daba miedo, más precisamente cuando se encontraba sola, en un lugar tan conocido para ella.
Se moría de ganas de ir a la habitación, pero no debía ir sin su amigo, ella su nido artístico co-creado para vivir las mejores películas de sus vidas.
Encendió la ducha.
Escuchó susurrar alguna música de Led Zeppelin. ¿Quién otro sino Gerva lo escucharía? Se asustó, su amigo no podría estar allí. Se vistió nuevamente, debería resolver el no silencio de su casa.
En penumbras, casi, caminó hacia el patio donde se encontraba ese aljibe que ella debía atravesar hasta llegar a la habitación. La música crecía a medida que ella agigantaba sus pasos y su alma.
Abrió la puerta de plástico y lo vio. Vio lo que jamás hubiese imaginado. Lo vio.
Gerva, rodeado de tizas, de todos los colores, con su boca llena de tizas, devorando cada tiza que sus manos rozaban. Las comía, las percibía, las atraía a sí mismo. Las gozaba y no quería compartirlas con ella. Las comía como un animal.
Llantos. Gritos. Risas.
Ella, partida, fragmentada como todas las tizas, cayó.
Silencios. Y gestos de tizas por el aire.
Ella, le susurró: No vez, que todas estas historias estaban esperando ser carne, tan ambicioso tuviste que ser, devorarlas, y no poder esperar que ellas por sí solas resucitaran, y nos regalasen cada espacio de su memoria poética y sensible? Tanto tiempo, tantos días, tantos sentimientos, para que vengas como un animal salvaje a llevarte todo lo que nuestras tizas crearon en esta habitación. Yo estaba esperando este momento, para contarte que podés salir por la ventana ahora mismo, que ya te devoraste todo lo que podías en la vida. Y que ahora sólo te queda el recurso de tu mente para escavar y buscar todo lo que ellas te dieron, porque, tu alma, la guardé en el aljibe.
Fede se pasó varios momentos del día planeando cómo descubrir a las tizas. Ideó un plan para observarlas cuando ellas estuvieran tiradas al sol ó cuando fueran a clase de clasificación de texturas ó cuando se sentasen a tomar un té de peperina.
Un día, pudo escuchar lo que las tizas susurraban, y se lamentó por no tener un grabador. Se quedó asombrada y un tanto asustada por las reacciones y conversaciones que ellas tenían. Hablaban de situaciones históricas y se volvían locas y revolucionarias cuando se tocaba el tema del Mayo Francés y el eterno “prohibido prohibir”. Después se colgaron hablando de lo parecida que Federica era a la actriz de Amelie con ese pelo tan corto y sugestivo, y esa ropa de todos los colores posibles. Qué loco, por primera vez escuchaba a alguien hablar de sí misma. Criticaban la música balcánica loca que escuchaba su vecina, pero más se reían de los gritos gitanos que esta chica solía entonar a las 4 a.m. Ja.
Así, Fede cada día se volvía más loca con las historias que las tizas le contaban en sueños.. Conoció un personaje mitológico que la reveló y le enseñó a tocarse la nariz con la lengua. Se hizo amiga de Pipi la chica de ojos anaranjados. Anduvo en bicicleta con el E.T. y le confesó su mayor secreto: su vida.
Todos estos ensueños la llevaban hacia irrealidades desconocidas que la atraían justamente porque era todo nuevo, raro y filosófico para ella. Federica imaginaba eternamente su vida cargada de todas estas emociones felices, no querría abandonar este sentimiento de placer jamás.
Un día, decidió confesarle a su amigo Gerva todas estas historias de las que estaba siendo partícipe. Se fueron a comer manzanas con pororó frente al lago, y así ella comenzó su relato. Su amigo creyó que su amiga se estaba volviendo loca, pero había algo en esta locura de Fede que le atraía y lo hacía querer ser parte de ella.
Ella le habló de cada detalle mientras caminaban por ese rosedal que alguna vez la vio andando en bici de niña, cargada de globos que su padre le habría comprado. Se sintió tan libre relatando todos los sucesos que estaban traspasando sus días, que estalló y no le quedó más remedio que invitar a su amigo a vivir de estas secuencias.
Al otro día, mientras la mamá de Fede seleccionaba los broches por color, llegó Gerva. Resulta que Fede estaba en clase, y Gerva tuvo que esperarla. En realidad tuvo que sentirse un poco incómodo ya que deseaba que su amiga llegase lo más rápido posible y no charlar con su madre de las últimas novedades que andaban circundando por las calles como el embarazo de esa chica tan jovencita de tan buena y módica familia: ¿qué le habrá pasado por la cabeza para hacer algo así a la hija del mejor ingeniero civil de la ciudad? Ja. Definitivamente la madre de Fede tenía la capacidad de incomodar a la gente por sus explosiones de sinceridad y necesidad de hablar cosas sin sentido.
Pasada una horita, Fede regresó. Traía consigo unas ramas que había rescatado en el camino, ella estaba convencida que con esas ramas podría alcanzar más rápido aquella nube con forma de tortuga.
Saludó con un gran abrazo a su amigo que no paraba de mirarla mientras ella se desligaba de todos los bolsos, abrigos y risas que traía consigo.
Desmenuzaron su futuro plan, y se dirigieron hacia la habitación creativa de su casa. Allí, el papá de Fede experimentaba con un objeto típico donde viven los peces, dícese pecera, en la cual, en vez de meter peces, tiraba todos los elementos tecnológicos de ultra modernidad que se rompían a diario en el pueblo. Él quería conocer cuánto eran capaces de resistir estos objetos a un espacio tan sutil como lo es el agua, si tanta tecnología debía tener un significado, una razón de ser.
Se colocaron debajo del sofá, y las tizas, presas de sus ojos, comenzaron sus dilemas diarios. Parece que rosa estaba deprimida porque azul no quiso acompañarla a la sesión de masajes descontracturantes creados por verde que blanco le había propuesto experimentar.
Gerva no podía expresar con sus ojos en palabras todo lo que estaba viendo. Su amiga no estaba tan loca, y él sabía que a partir de ahora ese era su nexo y su interés, sus utopías mezcladas en una caja de tizas coloridas que le regalaban las mayores anécdotas que jamás había escuchado. Se relamía su alma en gritos salvajes felizmente interactuados al escuchar lo efímera que la vida de las tizas era.
Ambos se hicieron adictos a estos encuentros y diseñaron sus días para poder escucharlas el mayor tiempo posible. Así sus mentes se agilizaban y podían escribir, sentir, gritar cada vez más armonías.
Comenzaron a escribir cada uno de estos sentimientos y se flagelaban ficticiamente cargados de emociones que necesitaban plasmar en papeles. Estaban desquiciados por todas estas historias y no podían resolver cómo la vida podía regalarles a ellos momentos tan simples pero bellos cada día.
Fabricaron una máquina experimental para albergar historias de tizas que recorrería cada rincón del mundo que ellos tuvieran la suerte de conocer. Inventaron un sistema de clasificación según el color de cada tiza y según el estado anímico progresivo que presentasen con el correr del tiempo.
Se limitaron sus vidas a una caja de tizas.
Tan explosivo fue, que compraron tantas cajas de tizas como historias querían sentir. La revolución de color había llegado a casa de Fede para quedarse algunos años más. Color, tonos y degrades inundaron el espacio para relatar historias en todos los idiomas posibles.
Claro que habían días y momentos en que las tizas generaban huelga y no contaban ni media historieta. Entonces, ellos comenzaban a bailar música celta en el medio de la habitación para invocarlas y movilizarles el espíritu.
Amaban cada momento que estas mezclas de texturas les regalaban y sin darse cuenta se pasaban la vida sintiendo esto. Solo ellos podían absorber todo lo que las tizas querían explicarles con sus vivencias. Sólo ellos podían ser partícipes de la historia más divertida que atravesaría sus vidas.
Sus vidas seguirían siendo tan típicas para los demás que eso los divertía más. Su secreto, su complicidad los transportaba a un ritmo inexplicable que los unía y encadenaba en un ser mutado con texturas de colores primarios.
Hubo entonces, una sequía en el alma de Fede. Creyó un día que las tizas ya no la divertían y no encontraba la forma de explicarle esto a su amigo. Se juntaban y relataban, flasheaban y deliraban con las memorias de las tizas, pero ella ya no se sentía tan atraída.
Cómo le explicaba esto a él.
Él, por otro lado, se moría de ganas de hacer algo que no podía contarle a ella.
Ambos estaban incómodos, desconcertados, pero juntos. Insólitamente, juntos.
Llegó un capítulo de sus vidas que no pudieron evitar contar (lo secretearon con las tizas, cada uno por separado, unos minutos anteriores al hecho revelador).
Fede volvía de casa de María, pasó por lo de Gerva para ir a su casa juntos, pero él no estaba. Simplemente era una rutina encantadora pasar por lo de su amigo, y buscarlo para enloquecer con el hecho de que sus pupilas sintieran colores.
Llegó a su casa, y estaba todo en paz. Nadie estaba allí. Sintió un poco de miedo, el silencio le daba miedo, más precisamente cuando se encontraba sola, en un lugar tan conocido para ella.
Se moría de ganas de ir a la habitación, pero no debía ir sin su amigo, ella su nido artístico co-creado para vivir las mejores películas de sus vidas.
Encendió la ducha.
Escuchó susurrar alguna música de Led Zeppelin. ¿Quién otro sino Gerva lo escucharía? Se asustó, su amigo no podría estar allí. Se vistió nuevamente, debería resolver el no silencio de su casa.
En penumbras, casi, caminó hacia el patio donde se encontraba ese aljibe que ella debía atravesar hasta llegar a la habitación. La música crecía a medida que ella agigantaba sus pasos y su alma.
Abrió la puerta de plástico y lo vio. Vio lo que jamás hubiese imaginado. Lo vio.
Gerva, rodeado de tizas, de todos los colores, con su boca llena de tizas, devorando cada tiza que sus manos rozaban. Las comía, las percibía, las atraía a sí mismo. Las gozaba y no quería compartirlas con ella. Las comía como un animal.
Llantos. Gritos. Risas.
Ella, partida, fragmentada como todas las tizas, cayó.
Silencios. Y gestos de tizas por el aire.
Ella, le susurró: No vez, que todas estas historias estaban esperando ser carne, tan ambicioso tuviste que ser, devorarlas, y no poder esperar que ellas por sí solas resucitaran, y nos regalasen cada espacio de su memoria poética y sensible? Tanto tiempo, tantos días, tantos sentimientos, para que vengas como un animal salvaje a llevarte todo lo que nuestras tizas crearon en esta habitación. Yo estaba esperando este momento, para contarte que podés salir por la ventana ahora mismo, que ya te devoraste todo lo que podías en la vida. Y que ahora sólo te queda el recurso de tu mente para escavar y buscar todo lo que ellas te dieron, porque, tu alma, la guardé en el aljibe.
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