Sabe que no sabe. El color rojo la ayuda a mirar más allá. Ahora entiende por qué le gusta ese sabor, por qué todos sus días quiere ese gusto en su boca. La niña ríe y de golpe se vuelve nostálgica, retuerce la golosina y es carmesí. Ahora su vida se le viene encima: ahora que es roja y eso es bueno para la sociedad.
Está analizando si muerde o no muerde. No es cuestión de. Sabe, además, que morder es desatar gestos, y no morder es la ausencia misma. Conoce ese roce entre su golosina roja y su vida. Sabe que lo prohibido es tentación. Relame imágenes y recuerda algunos sucesos.
Francisca ahora no es niña, mientras mira la arena. Ella sabe que el mundo es mucho más grande de lo que sus padres le han contado. Está esperando acariciar la gloria, porque sabe que existe y que puede alcanzarla. Conoce sus miedos, pero aún no resuelve el método para destruirlos.
Se pasa la vida observando. Y recuerda: cómo, ese verano, cambió su vida. Se acostaba a las 12pm luego de algunas noches de excesos. A veces dormía con amigas, otras con él. Reía. Y desayunaba medialunas con olor a atlántico. Al año siguiente, se volvió un poco hippie, recorrió parte de la Latinoamérica, desquició.
Un año más tarde, se fue al sur: el frío le trajo algunas nuevas costumbres y fotografías. Ya no es lo que era. Su vida, ahora, tiene otro aire. Se enamoró del Bolsón, y quiere pasar algunos años viviendo ahí. Francisca sigue mirando la golosina roja.
La niña, también tuvo la suerte de irse de viaje con su hermano. Parece que flashearon un montón en San Francisco. Parece que son más hermanos que nunca.
Pero el verano pasado, tuvo otro color. Ella se fue unos días a Valpo. Enloqueció aún más. Lo necesitaba. Volvió a pasarse el verano estudiando, en casa. Pero Francisca se salió de sus planes y se enamoró.
Eran dos locos que se buscaban casi todo el tiempo. Se conocieron de formas raras, no podía ser de otra forma. Él le dio su vida prácticamente sin conocerla. Ella asumió los riesgos. Tenían momentos geniales. Otros más callados. Pero estaban juntos. Relamiendo arte y sábanas. Él le enseñó prácticamente las mejores cosas de su vida. Ella agradeció cada instante. Se quisieron cada vez que la piel los unió. Y se odiaron cada vez que la sociedad los separó.
Ya no son juntos. Se quieren en silencio. Y se miran cada tanto. No desatan la tempestad. Sólo ríen. Y quieren.
Francisca, abandona la soledad del rojo. Ya es hora de ser sangre, pero por dentro. No por fuera. Las nostalgias te aman, pero vos deberías empezar a olvidarlas. No es justo vivir en la tormenta del color rojo.
Está analizando si muerde o no muerde. No es cuestión de. Sabe, además, que morder es desatar gestos, y no morder es la ausencia misma. Conoce ese roce entre su golosina roja y su vida. Sabe que lo prohibido es tentación. Relame imágenes y recuerda algunos sucesos.
Francisca ahora no es niña, mientras mira la arena. Ella sabe que el mundo es mucho más grande de lo que sus padres le han contado. Está esperando acariciar la gloria, porque sabe que existe y que puede alcanzarla. Conoce sus miedos, pero aún no resuelve el método para destruirlos.
Se pasa la vida observando. Y recuerda: cómo, ese verano, cambió su vida. Se acostaba a las 12pm luego de algunas noches de excesos. A veces dormía con amigas, otras con él. Reía. Y desayunaba medialunas con olor a atlántico. Al año siguiente, se volvió un poco hippie, recorrió parte de la Latinoamérica, desquició.
Un año más tarde, se fue al sur: el frío le trajo algunas nuevas costumbres y fotografías. Ya no es lo que era. Su vida, ahora, tiene otro aire. Se enamoró del Bolsón, y quiere pasar algunos años viviendo ahí. Francisca sigue mirando la golosina roja.
La niña, también tuvo la suerte de irse de viaje con su hermano. Parece que flashearon un montón en San Francisco. Parece que son más hermanos que nunca.
Pero el verano pasado, tuvo otro color. Ella se fue unos días a Valpo. Enloqueció aún más. Lo necesitaba. Volvió a pasarse el verano estudiando, en casa. Pero Francisca se salió de sus planes y se enamoró.
Eran dos locos que se buscaban casi todo el tiempo. Se conocieron de formas raras, no podía ser de otra forma. Él le dio su vida prácticamente sin conocerla. Ella asumió los riesgos. Tenían momentos geniales. Otros más callados. Pero estaban juntos. Relamiendo arte y sábanas. Él le enseñó prácticamente las mejores cosas de su vida. Ella agradeció cada instante. Se quisieron cada vez que la piel los unió. Y se odiaron cada vez que la sociedad los separó.
Ya no son juntos. Se quieren en silencio. Y se miran cada tanto. No desatan la tempestad. Sólo ríen. Y quieren.
Francisca, abandona la soledad del rojo. Ya es hora de ser sangre, pero por dentro. No por fuera. Las nostalgias te aman, pero vos deberías empezar a olvidarlas. No es justo vivir en la tormenta del color rojo.
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