Hoy pasamos la siesta en el pasaje San Martín. Vieron cómo llovía, no quedó otra que refugiarse en la arquitectura. Me sorprende cómo es que este lugar te saca de contexto y de repente sentís que estás metido en una película francesa. El vacío interno, y las sombras que parecen divagar una sobre la otra, desde arriba, desde el cielo. El vidrio como estrategia de espacio donde el color se contrasta con lo real y se sienten las corridas de los azulejos verdes. Hay personas ocultas, que viven detrás de esas puertas. El ascensor está deseando salir corriendo por las escaleras. Y los muros no saben cómo decirnos todo lo que han visto pasar. La lluvia, silenciosa. Algo pasa en nuestras pupilas. Definitivamente, las siestas ya no serán iguales. Vamos a mudarnos acá: donde el centro se detiene y todo elemento arquitectónico está de fiesta. Acá, donde uno se vuelve amante de aquello que se ve, de paso se siente, se imagina habitar y se crea. Acá..
No hay comentarios:
Publicar un comentario