miércoles, 28 de marzo de 2012


Cuando me mudé a este departamento, supe que no era porque sí. Este fue un proyecto de meses, y dibujos, y horas, sueños, lágrimas, contradicciones, que culminaron en un esquema azul, que mira al Norte y siente el Oeste, captando la luz solar intensa del verano y disfrutando los placeres de unos rayos de invierno y medio día.
Comprendí que la mudanza era un proceso mucho más profundo que un par de cajas con ropa, libros, cds, compras de comida, infancia y rastros de la niñez. Asumí que dormir sola no era una mala idea y mucho menos en una cama donde el cuerpo queda grande y una puede atravesar las emociones hechas sábanas. Me vine acá con la idea de rencontrar algunas escenas de mi vida que quedaron flotando entre tantos viajes que me compartió la vida de antes. Tuve el deseo de hacer esto desde el momento en que empezamos a dibujar con amigos este sitio: sabía que tarde o temprano estos muros me contendrían. Hoy estoy muerta de ganas de derribar estos muros para crear nuevas ventanas, la cagada es que no puedo meterme en los metros cuadrados de mis vecinos: ese es un riesgo que a veces vale la pena vivir, pero no creo que este sea ‘el caso’.
La cosa es que al principio me costaba dormir de noche y con el mínimo ruido yo flasheaba intensamente. Durante dos semanas estuve tratando de buscar el eje de este espacio, hasta que entendí que esa línea debía marcarla punto por punto cada día de este departamento. Me emocionaba cuando tenía que cocinarme, fumarme el puchito luego de comer, salir a regar la plantita, escuchar buena música mientras me duchaba, reír cuando el vecino me regalaba vinos, disfrutar la risa del niño de al lado, enamorarme de cada venecita de la cocina y devorar verduras como loca.
Todo fue bastante ideal, con la casa llena de amigas casi que todo el tiempo, sintiendo que estamos creciendo y que ahora mis 23 años tienen otra búsqueda. Ahí fue cuando decidí sentarme a estudiar las dos materias que me quedaban y comenzar a desligarme de los hechos académicos que siempre tanto alteran. Leí bastante cada gesto de esos apuntes y logré relacionarlos con cosas que me pasaban en este lugar. Así, fui a rendir con otra perspectiva, quedé limpia de materias, trabajando por las mañanas, y haciendo cada cosa que mi alma me pida. Fue un lindo aventón, porque cuando una comienza a cerrar capítulos, las fotos se van revelando solas, y la vida parece ir encajando en el placar.
Las mañanas son claras y decididas en este lugar. Me despierto y conecto con mi piel. A veces siento angustia por no podes estar junto a otra piel. Recuerdo quizás cuando le contaba a mi ex de este proyecto de vivir sola y él con sus 35 años me miraba como un niño que se buscaba en mis pestañas. Digamos que estando acá, lo pienso bastante y lo niego más. No hace falta que hablemos del pasado, porque este presente me excita mucho más, pero a veces la memoria me tortura, da vueltas, cambia de almohada, revuelve el estómago y culmina levantándome de la cama con una tostada y jalea de membrillo que las manos de mi abuela saben crear. Un té de jazmín y la promesa de otro día que me viene a buscar.
Cuando vuelvo del trabajo a veces recibo visitas o me siento a mirar el cielo. Es importante contar esta historia del cielo. Cuando me mudé, a los pocos días descubrí las ventajas de vivir en un lugar no muy poblado de edificios en altura, muchos espacios verdes y a unos 3.3 metros de altura sobre el nivel de piso natural. Resulta que desde mi pseudo balcón-pasarela común para todos los que vivimos acá, hay una vista al cielo muy penetrable. A veces me imagino que estoy metida entre las nubes, otras les convido un poco de Ron, o bueno las invito a cenar conmigo. Están tan cerca que yo ya me hice amiga de ellas. Las descubro como si fuesen unos cristalitos que el cielo deja mostrar. Me acompañan y resisten. Digamos que además de 38m2 yo siento que soy la adquisidora de un pedazo de cielo que todos quisieran comprar.
Ese asunto del cielo me desquicia felizmente. Como la sensación de vivir acá, reír cuando cometo errores gastronómicos, me olvido de apagar las luces, las ventanas quedan abiertas y la puerta sin llave. Esas cosas nos revelan que estamos vivos, que estamos más preocupados por delirar con una buena música en la ducha y volar la eternidad.

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