Hoy pasamos la siesta en el pasaje San Martín. Vieron cómo llovía, no quedó otra que refugiarse en la arquitectura. Me sorprende cómo es que este lugar te saca de contexto y de repente sentís que estás metido en una película francesa. El vacío interno, y las sombras que parecen divagar una sobre la otra, desde arriba, desde el cielo. El vidrio como estrategia de espacio donde el color se contrasta con lo real y se sienten las corridas de los azulejos verdes. Hay personas ocultas, que viven detrás de esas puertas. El ascensor está deseando salir corriendo por las escaleras. Y los muros no saben cómo decirnos todo lo que han visto pasar. La lluvia, silenciosa. Algo pasa en nuestras pupilas. Definitivamente, las siestas ya no serán iguales. Vamos a mudarnos acá: donde el centro se detiene y todo elemento arquitectónico está de fiesta. Acá, donde uno se vuelve amante de aquello que se ve, de paso se siente, se imagina habitar y se crea. Acá..
viernes, 13 de abril de 2012
lunes, 2 de abril de 2012
Miré el vaso con vino que viene de la botella que viene de la uva que viene de la tierra. Lo miré como hablándole: 'Mirá, hasta que no vaciemos la botella, no nos vamos' Él es obediente, me hace caso, se deja servir y sentir. La cosa es que la botella ya está vacía, el vaso un poco lleno. Quise saber cuán lleno estaba, y medí con mis dedos el líquido, asi apoyando las extremidades de uñas rojas sobre el frío del vidrio. Instantáneamente me acordé de ella, mi tía abuela amante del vino, que decía día tras día: 'Cachito, a mi solo servime dos deditos de vino' Y todos sabíamos que dos deditos por cuatro vasos es ocho gestos violetas.
Me pasó lo mismo, la vi a mi tía reflejada en el vaso, la uva y la piel casi violeta.
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