martes, 14 de febrero de 2012

Todos, de alguna u otra manera, esperamos que alguien nos recuerde. No sólo hoy, sino en algún instante de sus días. En esa fragilidad de la rutina que se detiene y por algún espacio del aire, deja pasar un recuerdo, da una tregua a la memoria.
Me acuerdo, cuando fui 16 años, el primer amor. Yo lo quería, porque habíamos entendido que éramos muy distintos y que quizás juntos podríamos salvarnos. El amor duró lo que duró el verano. Lo dejé ir con una carta en la mano, como cuando creíamos en que un papel valía oro. Él sabía que yo me iba a fugar de la relación, por eso cuando me quiso, me quiso mucho. Me fui, porque no comprendía su naturaleza, porque estábamos tan lejos de ser uno siendo tan distintos. Lo importante es que tuvimos nuestros instantes divinos, en las veredas del barrio, mirando el cielo, yo tan segura de quererlo y él tan seguro de adorarme. Dejarlo no fue fácil, pero una tarea que ahora me hace bien.
La vida siguió su ritmo y de a poco fui desarmando todos los peluches de la niñez. Una empieza a viajar y conocer gente, en ritmos poco comprendidos, pero aventureros y llenos de poesía en una plaza de armas abrazada a un bonaerense que se quiere fugar con vos hasta Cuba.
Antes del delirio cubano, otro chico me rompió el corazón, él tan vago, yo tan enamorada. No quedó otra que transitar la relación más eterna de mi vida. Muy pocas peleas, muchas libertades y dolores que callar. Él no sabía lo que yo sentía hasta que lo dejé como se abandona la cáscara de una manzana en el estómago. Él creía que yo siempre iba a estar, porque así funcionaba nuestro amor. Pero a veces los giros son más duros que una piedra en años de descomposición.
Siguieron los viajes, el acelere de los sueños y las libertades que ofrece una mochila de 80kg. Con algunos kilos volví a rencontrarme, fuimos a un recital y la pasamos bien. Nos despedimos en Retiro y no volvimos a cruzar nuestras pestañas.
Hace un año, creí tanto en el amor que me dejé vencer por los doce años que él me llevaba. Éramos dos desconocidos tan llenos de ganas de amar. Me ofrecía su vida como un refugio social. Fuimos una piel que se cansó de flotar por el aire. Siempre los dos, únicos, como abandonados por la esfera social, disfrutando las delicias de su patio y el arte, tan metidos entre nosotros como los resortes en un colchón. Tan devorando emociones. Extremos. Dibujados por algún desquiciado. Nos queríamos tanto que no tuve otra opción que dejarlo.
Así es con el amor. Una se entrega, y disfruta. Hasta que la razón es más fuerte. Nos envuelve y termina por matar las filas del querer. Esas cosas pasan todo el tiempo, el secreto está en reconocerlas y no hacerles caso. Por eso todos ustedes aman, se relamen en dulce de leche y después gritan limón. Eso nos pasa a todos, eso.
Este año, prefiero creer en otro tipo de amor. La tortura del ex es un capítulo del cual no tendríamos que ni pensar, pero que existe. Soy tan dura que le pedí que se olvide de mí, como cuando sos chico y te olvidás de ese juguete que robaste de la casa de tus primos. Así, eso le pedí. Pero la hace difícil, yo ya no sé qué pensar.
Vamos, que el amor está siempre en escena, nos saluda, se va, vuelve, mastica, se persigna y nos vuelve a querer. Vamos, que siempre está.

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